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      Si quiere vivir como un verdadero chino, empiece por ver el 2 como 8
      Agregar a favoritos | Imprimir | e-mail | Corregir   10:27 11-05-2009 / hey-genius.com
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      Las enormes fresas del Mercado de Beijing me recuerdan la primera primavera que pasé aquí en 1991. Estos frutos color rojo oscuro de formas y tama?os diferentes me hacían la boca agua, y pensar en hacer unos cuantos tarros de confitura de fresas poco hecha y baja en azúcar. El hombre que vende las fresas levanta su pulgar e índice como si me apuntase con una pistola. “Son sólo 2 maos (0.2 yuanes)”, pienso, y pido 10 jin (5 kg), mientras saco 2 yuanes de mi cartera.

      El hombre me pasa la bolsa y me dice: “ba kuai (8 yuanes)”. Me quedo sorprendido, pero luego caigo en la cuenta de que al poner así los dedos imitan la forma del carácter chino que representa el número “8”, cuando para nosotros, los italianos, representa el “2”.

      Uno puede aprender lenguas yendo a clases, pero ningún libro de texto es capaz de ense?ar los matices culturales y sociales, como lo hace la experiencia.

      La primera vez que fui a comprar huevos, mis conocimientos de chino se limitaban a un simple “ni hao” (hola) y “xie xie” (gracias). Así pues, se?ale una caja que contenía huevos y pedí “yi jin”.

      Una vez en casa, al intentar romperlos, me sorprendió su resistencia. De hecho, había comprado huevos de pato conservados en sal (xian ya dan, un manjar del que nunca había oído hablar).

      Otro día me acerqué al mercado y compré algo de cai (un tipo de col). El tendero me hizo un gesto con los dedos para marcar el número “3” como hacen con los extranjeros a menudo, dando por sentado que yo no hablaba chino. Le di 3 yuanes y me marché. Sonrió, dijo algo que no entendí, se giró hacia otros vendedores y empezaron a reír todos. Sólo al cabo de unos días me di cuenta de que había pagado 10 veces de más: el tendero quería decir 3 mao (0.3 yuanes).

      Una vez compre algo que creí era jengibre. El campesino que me los vendió puso varios trozos en la balanza, pero yo sólo quería comprar uno. Me miró fijamente, preguntándose si estaba de broma, y empezó a reír. El resto se acercaron y éste les explico que el lao wai (extranjero) sólo quería un trozo. ?Qué tenía esto de gracioso?

      Me rodearon y preguntaron: "Ni shi bu shi meiguo ren?", (?es usted estadounidense?). Y yo me pregunté: ?es que solo los americanos pueden comprar sólo un pedazo?

      Como yo insistía, se preguntaron unos a otros y finalmente decidieron cobrarme "2 mao". Al llegar a casa me di cuenta de que el jengibre no olía a nada en absoluto: había comprado una especie de patata peque?ita y silvestre.

      Otro caso del que aprendí una buena lección tuvo que ver con el arroz. A principios de los 90, los cupones de racionamiento eran todavía necesarios para comprar alimentos básicos como cereales (entre ellos, pan y galletas) aceite y carne.

      Como no era chino y no tenía el hukou de Beijing (permiso de residencia), no tenía cupones, pero mis estudiantes me proporcionaron algunos de los que usaban para comer en la cantina de la universidad. No obstante, en la tienda de cereales del gobierno, la dependienta no me podía vender el arroz. Intentó explicarme el porqué, y lo creí entender fue “?de dónde ha sacado estos cupones? Usted no es chino, no puede comprar”.

      Insistí mediante gestos, en francés, italiano e inglés, pero todo cayó en saco roto. Entonces, me cogió por la manga y, como era de esperar, me echó. Ya fuera, me se?aló un restaurante al otro lado de la calle. En resumen, el fallo, una vez más, era mío. Pedí “mi fan”, que significa “arroz hervido listo para comer”, mientras ella vendía arroz en grano o “da mi”.

      Al venir a China, esperaba vivir una nueva vida. ?Cómo averiguar el sabor de lo exótico sin haberle hincado el diente? Es por eso que recomiendo a los recién llegados que tomen autobuses en vez de taxis, que visiten mercados de verduras en vez de enviar a sus se?oras de la limpieza a hacer la compra, y que intenten mezclarse con locales en vez de quedarse entre la comunidad extranjera.

      Los errores son inevitables y, desde luego, embarazosos, pero son nuestros mejores maestros.

       


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