Escribo esto desde un barcito en París y estoy muy emocionado. Aquí viví muchos a?os y ahora estoy de paso...Pienso que algún día Beijing, que es hoy mi ciudad cotidiana será algo inaccesible y mágico cuando sea del pasado, como es para mí hoy la capital francesa.

Me queda tiempo para una cena sola en París. Y pido ostras, que no están tan caras, y vino blanco.

Saqué el cuaderno mientras esperaba mi última cena. Y me puse a detallar algunas de las cenas que he tenido en Beijing: porque cada uno de estos banquetes han ido delineando una imagen de la ciudad y me ha ense?ado sobre la gente. Además lo he pasado muy bien en todas esas noches.

Una de las primeras de esta serie de cenas que espero siga aumentando es de 2008. Empezaba a sorprenderme de la hospitalidad de los chinos con los extranjeros, un traductor beijingnés, amigo de una poeta argentina se había enterado de que yo iba de visita a Beijing y me invitó a un restaurante de pato laqueado.

Había una pared con molduras doradas, con los mágicos caracteres y una mesa circular que me pareció salida de una película. Como todo lo que estaba viviendo. Y es que me parecía demasiado. Trajeron una cantidad incontable de platitos. Por un momento yo pensé que había sido un error, que nos estaban trayendo un pedido de otra mesa. Pero no, era así.

Supongo que así mi anfitrión me mostraba su cari?o, su respeto. Yo no sabía cómo hacer para agradecer. La palabra “gracias” no era suficiente. Así que ridículamente me paraba y hacía contorciones: me inclinaba con las manos juntas como suponía se hacía en Asia.

Esa fue la primera de una larga serie de banquetes en los que he sentido la cordialidad y el afecto de los locales.